Mis recuerdos Terroríficos

Nervios. Eso es lo que mejor recuerdo. Los nervios desde la noche anterior cuando no quería dormirme porque sabía de sobra que por la mañana me iba a despertar una bruja sobrevolando mi cama con su escoba. Así era mi hermana mayor. Sobre protectora todo el año y terrorífica aquellos días.

Recuerdo el olor a tostadas de nocilla. Y el valor que había que tener para llegar hasta ellas. Aquel pasillo lleno de telarañas era demasiado largo para mi. Y además, podía encontrarme en cualquier momento a un frankenstein gigantesco que quería robarme el culete a pellizcos para usarlo él, o a una zombie que me daba siempre mordiscos detrás de la oreja para comerse mi cerebro de chorlito. Así eran mis padres. Terroríficos.

Recuerdo Ilusión y miedo mezclados. Ilusmiedo, podría decirse, porque por fin iba a ser hombre lobo. Llevaba un año esperándolo y tenía la ilusión de mirarme las manos y verme las garras, pero también tenía el miedo de no poder asomarme al espejo. Así de duro era el día. Quería verme, pero no podía. Quería darle miedo a los demás, pero me lo daba a mi. Eso sí que es terrorífico.

Recuerdo a tres vampiros, otro hombre lobo, una bruja muy guapa, otra muy fea, un fantasma con cadenas, dos zombies, un batman y a una princesa, no me preguntes por qué. Éramos la pandilla  que más caramelos conseguíamos. Mucho más que la de mi hermana. Incluso recuerdo entrar en la casa del 4ºD. Que tenía aquel olor a galletas tan tentador, pero donde vivía la bruja más vieja que jamás había visto. Recuerdo que lloré un poco, pero menos que los demás.

Recuerdo volar, correr y saltar con el corazón en la boca, para llegar primero a cada puerta y para huir de los escobazos de algunos que no tenían más caramelos. Recuerdo intentar asustar a la princesa cada vez que nos quedábamos solos. Recuerdo los nervios de volcar nuestras bolsas de calabaza sobre la mesa de ataúd que batman tenía en el salón de su casa. Recuerdo mezclar todas las bolsas, contar, recontar, masticar sin abrir la boca para que no me vieran los demás, volver a contar y repartir a partes iguales, pero sin contar los que nos escondíamos en los bolsillos.

Recuerdo dormir como un hombre lobo; feroz, exhausto y feliz.

Bueno, en realidad no lo recuerdo. Pero viendo a los niños que ahora se disfrazan, me encantaría haber podido recordarlo.

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